viernes, 13 de julio de 2012

Cuando logré abrir la puerta, el morbo me cegó la vista; el sentido común me gritaba a voces que me alejara inmediatamente de aquella casa, y que volviera a cerrar aquella puerta y me marchara por donde había venido.
Pero ya era demasiado tarde, el viento había cerrado la puerta tras mi espalda y me encontraba dentro del vestíbulo. El vestíbulo era, a juzgar por el diseño de los muebles, algo antiguo y habría pertenecido a alguna familia adinerada del pueblo.
Pude distinguir entre la oscuridad los escalones de una gran escalera de caracol, que me llevaron a un salón muy espacioso que hacía las veces de estudio del señor Watson. Había una pila de archivadores sobre una amplia mesa de ébano y una gran biblioteca ocupaba la mayor parte de la pared. Me asomé a un gran ventanal que había en el fondo de la habitación desde la cual se veía el patio, cubierto de maleza y maceteros vacíos.
El chirrido de un carrito rompió el silencio de la noche. Escuché una agitada respiración tras mi espalda y cuando me dí la vuelta, la vi. Un velo cubría su rostro pero a juzgar por sus ropas era una niña. Se acercó al ventanal y me miró por última vez antes de precipitarse al vacío.

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