miércoles, 29 de febrero de 2012

8, Noviembre, 2004
"Querido diario:                                 


Hoy hemos hecho la ficha de lectura y nos han leído un capítulo de "Corazón". Luego hemos tenido inglés y hemos hecho el examen, se me ha dado muy bien. 
Después de comer me he ido otra vez al cole, y después a Inglés. Luego me ha recogido mi abuelo y me ha llevado al parque con la bici.
Estoy muy cansada así que me voy a la cama ya, hasta mañana.


Kimmy."



Querido diario, la verdad es que no sé ni por qué escribo después de tantos años; encontré este viejo cuaderno hace unos días y al leer esto me invadió la nostalgia.
Sé que con dieciséis años mis preocupaciones todavía no tienen el calibre de los de una persona de treinta: no tengo una familia a la que mantener, no necesito trabajo, no estoy embarazada como algunas de mis compañeras y tengo todo lo que pido. Pero envidio, y reitero, envidio esos años en los que no tenía otra cosa que hacer en toda la tarde que ver "Hermano Oso" o salir a dar una vuelta en bici con mi abuelo.
Es increíble como con los años las cosas se vuelven más difíciles, aunque quizás seamos nosotros quienes las queramos ver así; los profesores cada vez te lo ponen más complicado para aprobar, te empieza a faltar gente, las amistades se vuelven más interesadas y las cosas no se arreglan con un simple: "¿Hacemos las paces?".
Aunque hay cosas que nunca cambian, afortunadamente mi ortografía sí, pero sigo llamando a los guisantes 'bolitas de Peter Pan' y me sigo llevando a matar con mi hermano; el muy canijo adora hacerme de rabiar y yo siempre he sido muy irritable, pero lo quiero muchísimo.
¿Mi madre? La verdad es que la admiro, al igual que a mi abuela: son las mujeres más fuertes que me he echado a la cara y me gustaría ser algún día como ellas, y ante la adversidad seguir mostrando una gran sonrisa a los que quiero.
Y mi abuelo... La verdad es que para él no tengo palabras. Ha sido siempre lo más parecido a un padre que he tenido nunca; él me ha montado los juguetes de los Reyes Magos, me ha llevado al parque, me ha comprado todas las golosinas del mundo, me ha querido como nadie, y como nadie ha sido capaz de sacarme esa gran sonrisa. Hace un año, para el día de su cumpleaños le escribí una carta en la cual le agradecía todo lo que había hecho por nosotros; pero a la hora de la verdad no tuve valor para dársela, y no hay día en el que no me arrepienta de no habérsela dado. Él ha hecho de mí quien soy hoy día.

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